Las lágrimas del mar

Llegaron de noche, cuando la inocencia dormía, las medusas.
Sigilosas y aisladas, como perdidas, ajenas, se posaron en la arena de la playa. No les dio importancia, había ocurrido otros años, acompañando a las tormentas, como hiel marina. Todo consistía, entonces, en un pequeño esfuerzo, un rastrillo oxidado, para que finalmente nadie recordara que un día habían estado.
Así sobrevive la ingenuidad, a base de sueños colgantes, suspendidos en las estrellas; a base de mirar al cielo y limpiar los cristales que nos separan. Hasta que el vaho lo empaña todo... dejamos de ver los sueños, y simplente continuamos pegados al cristal, con el convencimiento de que han de estar ahí...
Y entonces, llegaron. Reunidas bajo las verdes aguas, con el faro lunar señalando su destino. Y se desplegaron. Una sombra cristalina, irisada, cubrió la arena.
Se despertó sobresaltada, cuando los quejidos de las algas flotaban en su duermevela. Al ver por la ventana, descubrió cientos de ellas cubriendo el manto dorado. Se habían organizado, eran más fuertes, más numerosas, latían en su agonía ofreciendo su veneno. Entre ellas, se alzaban las más oscuras, como un otoño inesperado.
No había suficientes manos.
Cuando las medusas se instalan, a veces la única solución es abandonar la playa.
Y se fue.
Los sueños y la vida

Levanta al cielo la mirada de plata. La luz de una bombilla (azul) baña los libros que, como el tiempo, sólo pueden abrirse por un punto; el futuro y el pasado se desvanecen ante el impetuoso presente que emerge recién escrito cuando los dedos de nieve desgranan las afiladas hojas. Esta vez en la ruleta circular de Cronos torna el metafísico teatro de Calderón y los pensamientos de un Segismundo taciturno que sigue encarcelado en tierras polacas.
El espíritu se evade de su prisión al leer las cuitas de un Basilio consumido y del vástago sin culpa, sucesor de Edipo y Zeus en la carga. Terrible es el saber cuando de nada sirve a quien sabe. La mente, como una pantera enjaulada, no se resigna una vez ha olido la libertad entre la horizontal reja de renglones, aunque tras ella sólo se esconda la nada: negra en la vigilia y blanca en los sueños. Es en los propios barrotes donde tus ojos argentinos aprendieron a encontrar poros en el laberinto. Así, mientras caminan minuciosos por filos de palabras, cosechan botines de diminutas libertades.
El universo lineal del verbo acoge el libre albedrío que las tres dimensiones espaciales y el tiempo sofocan apenas nace. Por eso, las almas sensibles sólo hallan consuelo en la prolija cadena de palabras dividida en segmentos paralelos. Estudia, mi hermosa escritora, supérate en la lucha reflexiva que, cuando despiertes de la pesadilla, el mundo renacerá de tus mejores sueños.
A sotavento

Aquel día había tormenta, a la playa llegaban cientos de caracolas asfixiadas entre las algas, algunas mutiladas, golpeadas sin piedad contra las rocas. Con el cubo en la mano, bajó corriendo el camino, mientras las gotas caían con tanta fuerza sobre su rostro, que apenas lograba mantener los ojos abiertos. La orilla estaba llena de pequeñas piedras, como si la arena se hubiera refugiado en alguna cueva secreta, o hubiese sucumbido a la fuerza del agua, rendida bajo sus remolinos de espuma oscura. El pelo le golpeaba las mejillas, convertido ya en multitud de tiras mojadas. Comenzó a llenar el cubo con las caracolas que pudo encontrar y rescatar del agua, los zapatos mojados, la ropa pegada, las manos agrietadas. Cuando rebosaban ya las conchas por el precipicio de plástico azul, subió la cuesta y las depositó en el estanque, antes de volver a hacer cuatro viajes más.
El viento fue amainando, y la lluvia cesó poco después. Con la ropa tendida sobre la silla, se secaba el pelo, tiritando de vez en cuando, pero con la sonrisa de quien se siente satisfecho, el objetivo cumplido, como si la posibilidad de haberse resfriado aportara un valor extra al sacrificio. Se acostó y soñó con niños que salían volando de sus casas derrumbadas, con caminos que llevaban a campos floridos, y cuevas donde aguardaban antiguas ciudades.
A la mañana siguiente, la playa comenzaba a recobrar su color, pese a que todavía quedaban los restos del desastre: montañas de algas ennegrecidas y rígidas formaban líneas paralelas al oleaje, algún trozo de madera errante, cristal mate y romo, piedras suaves y albatros como alarmas aéreas. Recogió una piedra pequeña y oscura con forma de media luna, y subió corriendo al estanque.
Varios peces rojos flotaban blanquecinos sobre el agua, entre los nenúfares, que comenzaban a amarillear... comprendió entonces que no había pensado en la sal. Enterró los peces en el jardín, y decoró la superficie con un gran corazón de conchas marinas...
La buena voluntad no siempre es suficiente...
Naufragio del polizón
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"Hay botellas que a veces llegan a su destino, como si el mar empujase con manos de agua, como si la corriente sirviese de lazarillo, a unas palabras perdidas y acalladas.
No hay oasis, si no hay desiertos, y es quizá por eso que la sed llama desde las entrañas de las palabras, clamando imágenes, ansiando ilusiones. Pero sabe que habrá una parada en el camino, sabe que podrá apearse y beber un rato; en medio de esta tormenta de siglos, sabe que encontrará una isla sobre el agua, en la que alejarse flotando de tanta realidad."
En "comentarios", por M.F.S.
El ancla

La miró detenidamente. Era hermosa. Pálida y matizada, del mismo modo en que se imaginaba a los verdaderos ángeles. Los rayos del sol se posaban en el rostro a aquella hora de la tarde. Perdió la vista entre los pliegues del rígido vestido, como valles y albergues de luces y sombras. Su padre le dijo que había muchas más, aunque ella no las hubiese visto. Incluso fuera de las islas, más allá de las aguas. Le parecía increíble que alguien pudiera hacer algo tan hermoso. En el jardín había algunas otras imitando animales, pero sólo había una con forma humana.
Sonrió mientras limpiaba con una esponja húmeda el mármol, que ya comenzaba a amarillear, e intentó imaginar qué piensan las estatuas. Quizá de noche, en el silencio, cobrasen vida,los ojos cristalinos, la sonrisa leve y una fragilidad pesada. Quizá se reunieran bajo las aguas y se contasen entre ellas mil y un secretos. Volvió a mirarla a los ojos..
-¿Tú guardas secretos?Silencio.
Esperó unos segundos, antes de abandonar la idea y reírse un poco de sí misma. Retiró la maleza que crecía a sus pies, y a continuación, cubrió la hierba que la rodeaba con pequeñas flores silvestres. No recordaba ya cuánto tiempo llevaba haciendo aquello, quizá desde siempre, no podía precisar una fecha. Se entristeció repentinamente, al pensar que había tantas cosas que no recordaba...
Siempre parecía que tenía una expresión ausente, como si mirase al infinito, más allá de las olas, el faro y los barcos; como si conociese el sentido del mundo. Excepto los días de lluvia, cuando parecía cubrirse de una pesadez extraña, vigilante de miedos y culpas. Con un susurro, avergonzada de haberlo preguntado antes en voz alta, afirmó:
Seguro que sabes muchos secretos...
Recogió el cubo y la esponja, y mientras se dirigía a limpiar la fuente, decidió que algún día le preguntaría a aquella estatua por qué había un letrero a sus pies, por qué se llamaba como su madre...; quizá pudiera explicarle en sueños, como hacen los ángeles, dónde quedaba aquel país al que ella se había ido, y del que aún no había vuelto..
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Esta noche el viento hace jirones la mar. Las mansas formas de los pinos se agitan inquietas. Tan solo la dama de piedra permanece impasible; desafía con su mirada infinita la tormenta que se cierne. Y las lejanas luces de la calle apenas destierran su túnica de sombra, iluminándola a medias como una misteriosa luna de mármol.
Comienza a llover sobre el cuerpo desierto y el terso rostro de piedra. El agua procelosa se bifurca en los pliegues y va formando regueros que se despeñan desde sus frágiles manos. Tan pronto me parece rotunda como etérea, sumida en un sueño más allá del tiempo del mundo. Gobierna su jornada un reloj sosegado en el que las estaciones son meros segundos. En su secreta dimensión se pasea inmóvil y sigilosa entre el atareado río de hombres.
Desde la rivera del tiempo ella te sueña, chiquilla. Sueña una niña con duende y de ojos serenos como estatuas que corretea en un patio ajedrezado. Mientras, tú juegas a rayuela con las palabras sobre el suelo de noches y de días. Esquivas apenas los negros abismos pero no tienes miedo, pues te protege la maternal reina blanca con su manto de amor tácito, como las alas de un ángel. --
En "comentarios", por "Usuario anónimo"
Las espirales

Recogió el cabello en una trenza, y comenzó a caminar sobre las rocas. La espuma alcanzaba sus dedos como hormigas tímidas. Había comenzado a anochecer, y las gaviotas hacía ya algunas horas que habían despejado el horizonte. Con gran esfuerzo, introdujo su lista de deseos, cerró la botella y la lanzó lo más lejos que pudo. El cristal emergía tímidamente en el agua, entre inexperto y orgulloso de saberse observado. Por momentos, parecía hundirse entre alguna pequeña ola, para surgir inmediatamente después unos centímetros más lejos. Los últimos rayos del sol transformaban aquel vidrio verde, que se elevaba entre la espuma, luminoso y altivo, para después ceder al cansancio, y sumergirse nuevamente.
Avanzó unos pasos hasta la arena, y se sentó con las piernas encogidas entre sus brazos. Apenas podía distinguir ya el cuello altivo de aquella urna llena de anhelos, y dirigió su mirada al cielo: pequeños puntos de luz aparecían en la cada vez más creciente oscuridad. De pronto, la vió, allí, en un firmamento en calma, quieto, una estrella fugaz surcaba la noche y parecía desaparecer en la distancia, cerró los ojos y sonrió ante su suerte.
Millones de años antes, una estrella vagaba por un mar de espacio y vacíos; de repente, la vió: una niña estática sobre la arena, en aquel planeta en movimiento: la estrella pidió un deseo.
A veces, el tiempo y el espacio se ven superados por los sueños...¨
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Durante meses la botella cruzó el brillante desierto oceánico. Las noches de galerna creía zozobrar. Sentía su cuerpo suave hundirse y el abismo azul engullir los anhelos que el corazón de la niña le había confiado. Entonces, más resuelta aún a cumplir con su misión, se esforzó en asomar su diminuta cabecita de corcho sobre el azul del mar. Un día al inicio de la primavera la palma blanca de una ola la depositó con delicadeza en la arena de mi playa. La encontré varada como una caracola extraña de la que el mar se hubiera apiadado. Unos dedos salados de espuma la acariciaban todavía, sabedores quizás del tesoro que portaba. La alcé entre mis manos: el sol de la mañana trizó el cristal en mil verdes que iluminaron la penumbra de su clausura cristalina. En su interior había un pliego de papel y una estrella. La letra me hablaba de una niña soñadora que vivía en una isla de palabras iluminadas por los luceros de sus ojos.A veces durante las noches pienso en el azar de las corrientes inconstantes y el misterio de las olas repetidas que llevaron su frágil botella a mi orilla Me pregunto entonces si una ola mansa empujará la testaruda botella de regreso a su isla. Quizás en otra mañana despertarán mis palabras bajo la caricia de sus manos. (Por "usuario anónimo", en comentarios)
Génesis del libro impreso: el éxodo de las palabras acuáticas
El mar parecía estar en calma, sin embargo, en el aire rezumaba un murmullo constante, anuncio de tempestades juguetonas o tormentas tenues. Miró hacia el horizonte, y dejó que su mirada saltara sobre las escamas de luz que flotaban en el agua, rotas por aletas curiosas que se alejaban conforme avanzaba...
Con media sonrisa colgando de una de sus comisuras, comenzó a recoger los anzuelos que había deslizado horas antes. La gran mayoría de aquellos interrogantes invertidos estaban igual que antes de sumergirlos en el océano... no habría podido decir que aquél había sido un gran día; o al menos, no habría podido decirlo antes de tener en sus manos aquel trisquel de palabras, que como un molino de viento, de aliento, dejaba que las letras avanzaran en su movimiento, donde cada una de ellas ocupaba un sitio en cada nueva vuelta, donde los sueños se creaban a golpe de suspiro. Supo entonces que sí, que ése había sido un gran día, porque incluso en el silencio, habría siempre una palabra, y nunca más volvería a estar solo.
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"¡Han picado, han picado!" El junco se agita y cobra vida entre las hojas de tus manos.Sonrisa,caricia,primavera,flor...Vas recogiendo mis palabras; una a una, las liberas del anzuelo con ojos ávidos de encontrarse.Sol, mar,brisa,estrella...La belleza llama a la belleza, la amistad a la amistad, los misterios al silencio. --------Cuando el pescador volvió a casa trajo el atardecer atado a su espalda y las manos llenas de palabras. Su sonrisa le delataba: no podía negar que aquél había sido un gran día.(Por "usuario anónimo" en comentarios)